miércoles, 1 de diciembre de 2010

Platón: alma y cuerpo


El dualismo es un rasgo característico del pensamiento platónico. Lo apreciamos en el ámbito del ser cuando divide entre Mundo Sensible y Mundo Inteligible; así como en el área del conocimiento con la separación entre Episteme y Doxa. Al hablar del ser humano Platón también se muestra dualista: distingue radicalmente entre alma y cuerpo.
Podemos resumir en tres las tesis fundamentales de Platón sobre el alma y su relación con el cuerpo:

1) El alma es afín, de la misma naturaleza que las ideas y, como ellas, es inmaterial, simple e inmortal. Por el contrario el cuerpo el cuerpo está sujeto al devenir y la muerte como las cosas del Mundo Sensible.
2) La unión de alma y cuerpo es accidental, transitoria y antinatural. Accidental porque no es lo propio del alma estar unida al cuerpo sino habitar en el Mundo Inteligible; transitoria porque solo estarán unidos en vida del cuerpo cuando este perezca el alma le sobrevivirá; y, antinatural porque se trata de la unión de dos naturalezas distintas y contrarias: una inmaterial y eterna frente a otra material y corruptible.
3) Mientras permanezca atada al cuerpo la tarea fundamental del alma será la purificación: deshacerse de la influencia cegadora de las pasiones y sentidos del cuerpo.

El alma en su existencia anterior vivía, así lo cuenta Platón en el Mito del Carro Alado en su obra Fedón, en las esferas celestes. Allí se dedicaba a seguir la caravana que los dioses formaban en peregrinación a contemplar las ideas. Los dioses poseen carros ligeros y los conducen con facilidad. Las almas en cambio tienen más dificultades en manejar sus carros. Son muchos los que quieren acceder a la contemplación de las ideas. Sólo los más diestros conseguirán asomarse por encima de la bóveda celeste y contemplar las ideas. Otros, en este intento, perderán el control de su carro y caerán a la tierra, entrando así en un cuerpo.
Las almas de los hombres son comparadas en este mito con un carro alado compuesto de tres partes: el auriga (conductor), un caballo blanco y otro negro.
El auriga, dotado de razón, es quien debe dirigir el carro. Del mismo modo el alma tiene una parte racional (alma racional) encargada de gobernarla.
El caballo blanco es de naturaleza obediente y dócil. Del mismo modo en el alma hay una parte, el alma irascible, que se somete a la racional.
El otro caballo es, por el contrario, rebelde. Busca satisfacer sus instintos antes que someter su voluntad a la parte racional. Así también en el alma hay una parte instintiva (alma concupiscible) que se deja llevar por el placer.
De las tres partes del alma o tres almas (de las dos maneras lo expresa Platón) solo podemos considerar estrictamente alma a la racional. Las otras dos partes, explica Platón, se añaden al unirse el alma a un cuerpo, desapareciendo cuando éste muere.
A cada una de las partes del alma corresponde una virtud. La virtud propia del alma racional es la prudencia (sabiduría práctica); la virtud que corresponde a la parte irascible es la fortaleza entendida como ánimo, voluntad; por último, al alma concupiscible le convienen como virtud la templanza, es decir la moderación de los excesos, de los instintos.
Ahora bien, por encima de estas virtudes hay una virtud superior: la Justicia. Se logra la Justicia en el alma cuando cada una de las partes cumple con la virtud que le es propia.
Solo la Justicia, el buen funcionamiento del alma, permitirá a ésta escapar de o sensible y acercarse al Mundo de las ideas. En la caída, desde las esferas celestes, el alma queda atrapada en un cuerpo. Así el cuerpo (soma en griego) se convierte en cárcel (sema) del alma.
El cuerpo aturde, engaña al alma haciéndola concebir todo a través de los sentidos. Sin embargo, la vinculación natural del alma la hace inclinarse a la contemplación de las ideas. Esta tarea será imposible mientras permanezca ligada al cuerpo. Por eso, la tarea del filósofo debe ser purificarse, es decir liberarse de la influencia del cuerpo, de sus pasiones y de sus sentidos. Sócrates, maestro de Platón, decía en este sentido que la misión del filósofo debía ser prepararse para la muerte, definitivo abandono del cuerpo.


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